«¿Qué pasa con nuestra vida digital después de la muerte?» pregunta Silvia Moschini desde La Vanguardia.
Vida digital. «Una enorme porción de nuestros días transcurre en Internet». Silvia se pregunta si «nos preocupamos por nuestros objetos virtuales, mensajes, canciones, fotos, vídeos y todo tipo de documentos que hemos compartido a través de Internet, de igual forma que hacemos con los objetos físicos de valor, como joyas, obras de arte o libros». Ésta cuestión me toca muy de cerca. Horacio Vázquez-Rial, fallecido recientemente, sí abordó ésta cuestión y no, no la consideró como joyas, obras de arte o libros. La consideró distinto. La consideramos distinto.
Cuando un usuario de Internet fallece, continúa Silvia «hay dos opciones: dejar que todo se pierda, se esfume, en el ciberespacio, o asumir la responsabilidad del reparto de todo ese legado digital». Horacio hizo lo segundo. En las redes sociales compartió mucha información, sí: cosas que pensaba, cosas que creaba, cosas que relacionaba de otros medios. Tejió a través de las redes sociales una serie de relaciones, superficiales si se quiere, pero abundante.
Esta es la razón por la que muchos usuarios de internet están empezando a crear, en vida, su testamento virtual, que no es otra cosa que un documento legal en el que se indican las contraseñas de redes sociales, cuentas de correo electrónico, etc. Con este trámite, el usuario se asegura que será él quien decida quién tendrá acceso a toda su información y la forma exacta en la que quiere que la trate. Horacio compartió y me cedió ese privilegio, al que me enfrento con suma cautela.