Dos años sin Horacio

Horacio Vázquez–Rial

Horacio Vázquez–Rial

La entrada anterior, la última que publiqué, era de mediados de enero de 2014. Hace ocho meses. Apenas un instante en la vida humana, o toda una eternidad contado desde lo cotidiano. Lo cierto es que durante estos ocho meses no escribí nada alrededor de la película «Sombra de la noche»; no hubo nada relacionado que reseñar, informar o comunicar. Y de las conversaciones personales que he ido manteniendo con algunas personas aquí y allí, finalmente no llegué a compartirlas por escrito en este espacio.

Tras presentarla en la Sección Oficial del FICIP 2013, y en la Librería Sophos, en Guatemala, no la he movido por ningún otro festival y desde luego no la he comercializado de ninguna manera; no he realizado proyección pública alguna tampoco y ni siquiera me he molestado en irle dando vidilla por la red en plan «cineasta pesado que quiere que veamos su película». Con todo, es una película viva, se va viendo –visionada por 1.592 personas… 1595…– gota a gota por gente que llega a ella por sus propios medios; sin empuje alguno por mi parte quiero decir. Y esto es lo que verdaderamente me interesa en este caso. Que su público la encuentre: resultado de su propia búsqueda, como consecuencia de sus propias acciones en red, fruto de sus propias inquietudes, alguna recomendación de alguien; y quizá la vean, y quizá la vean completa. Y quizá compartan o comenten.

Ya en su día, y todo esto hablado con Horacio, para no inmiscuirnos en su presencia en la web desde medios audiovisuales, decidimos no poner en el título nada que apuntara a la marca «Horacio Vázquez–Rial». No nos parecía que fuera sano para el desarrollo, sobre todo tratándose de un tiro de largo alcance, ni para todos esos contenidos que quedaron de su presencia en Internet, que su testimonio, que desde luego no había sido abordado desde el escritor o desde el periodista, se metiera en medio. Por el contrario, quien busque en Google por «sombra de la noche», se encontrará –en vídeos, claro– que la película es la segunda referencia. O sea, no es difícil dar con ella si tienes alguna inquietud y navegas por la red, si te interesa el autor o la persona.

Mi afecto por Horacio sigue vivo como el primer día. Es increíble que uno pueda seguir queriendo a alguien aunque ya no esté; lo que me lleva a considerar la cuestión de si nos quisimos bien en vida (creo que si), o si nos quisimos como si no estuviéramos (creo que no). O quizá es que el amor no tiene que ver con estar o con verse esencialmente sino con participar de la vida del otro, ser parte de ese otro. Lo que me lleva entonces, y me da mucha felicidad, a pensar que aquello en donde «estaba», ese lugar en el que Horacio tenía nuestra amistad y en el que yo guardo la nuestra: sigue vivo. ¡Sigue vivo!

Eso es mucho más feliz que ahondar en que se murió, que ya no está, que jamás nunca volveremos a saber de él, que ya es sólo unos gramos de polvo de estrella. Mi razón, seguramente piensa así pero mi corazón que es quien manda en mi casa, las co-razones que nos unían tanto como amigos, desde luego no. Claro que sé que falleció, joder, estuve allí: claro que sé que enfermó y que se fue enfermando más y más hasta el final: compartimos ese último año (y la película también es testimonio de ello); además, estoy escribiendo esto en el segundo aniversario de su muerte –¡Dos años sin Horacio! Lo que sucede es que una parte de mi lo mantiene con vida, le habla, le escucha, lo siente, conversa; trata de compartir con él pensamientos, ideas, rutas hacia nuevos emprendimientos.

Es por eso que, aunque soy consciente de que Horacio está muerto, especialmente en una fecha tan señalada como la de hoy, 6 de septiembre, lo siento más vivo que nunca y puedo decirlo porque lo estoy viendo ahora mismo mientras escribo: se ríe; me mira y riendo masculla… «Pero qué cosas mirá vos» y estalla en una carcajada… ¿No lo oyen? Eso fue lo que pasó durante estos ocho meses: he estado mucho más tiempo con el Horacio que sigue vivo.

Vivo en sus libros, que nos están acompañando y sobre los cuales estamos trabajando. Alguien como él que le dedicó tanto a la literatura, a las ideas, a las palabras y que ha dejado un legado rico, atractivo, importante… Mientras su legado perdure, perdura toda la vida que él puso en ello. Y perdura: nos batimos por sus libros como nos batiríamos por él si estuviera en nuestras manos. Y lo estamos leyendo más que nunca. Abrazando de nuevo el trabajo conocido y el que no, pero desde la globlosidad del conjunto de su obra: su corpus: porque Horacio no escribió libros solamente: ahora que podemos abrazar el conjunto de su obra vemos que no: que los libros fueron pausas, ventanas, formas de que pudiéramos ver por dónde iba. Es realmente impresionante y una experiencia como lector única, abordar una obra completa como un todo con sentido; sobre todo para ópticas que crecimos en el mundo del libro.

Vivo en todos los temas que empezamos a pensar juntos y que de algún modo están recogidos en Androginias 21; temas que voy explorando a título personal extrañándolo tanto, y y que tras pensarlas con ese Horacio que sigue vivo, se expresan en los escritos allí recogidos. ¿Hablarlo con Horacio? Pues claro. Eso fue lo que me pasó en Mineral de Pozos, pueblo mágico de Guanajuato, México, y por lo que no he podido seguir moviendo la película en plan «cineasta que mueve su película». Horacio estuvo presente, conmigo allí. Y uno entre todos los demás que nos rodearon esos días, también pudo verlo. Hasta ese momento pensé que era una fantasía mía, fruto de los nervios de presentar la película en un festival; pero cuando esa otra persona lo vio: y me habló de él tras escuchar las mismas cosas que yo, sentí una alegría muy profunda y comprendí ya podía fundirme en un sentimiento que no me abandonaría mientras estuviera vivo (yo, él, el mundo).

Cumplimos pues juntos, el presentar la película en el festival; nos gozamos los dos que me llamaran señor director por aquí, señor director por allá; incluso la noche en que cenamos tan rico y luego le dimos duro al tequila y nos emborrachamos juntos: una noche magnífica en la que hablamos con todos.

No he sido entonces sólo yo que he dejado la película a su aire sino los dos, es algo hablado. La hemos dejado flotando en la red, y esperamos permanezca muchos años en la red, para que todo aquel que desee explorarla y revivir con Horacio, con Eduardo Montes-Bradley y conmigo lo que se dijo, de lo que hablamos, pueda hacerlo y disfrutar, de paso, del lindo hombre que era. Y mientras la película esté viva en la red estará vivo en la red este espacio de apoyo, este lugar en que recoger lo que vaya sucediendo alrededor del film.

Han pasado dos años y la película sigue viva, es nueva para cada quién que la ve, y eso es lo que importa. Es una parte de lo que perdura de él, lo que sigue vivo; que hace su vida.

Todos perdimos a Horacio pero sus hijas, su amor, además perdieron al padre, al que veían, al que abrazaban y daban besos; al amor, ese que también se abraza, se besa y se presenta ante el otro. Todos perdimos a Horacio, pero ellas, además, al hombre. El hombre que se murió: que todos aquellos que conocemos en profundidad el relato de su historia, sus luces pero sobre todo, las sombras de su vida, que las hubo, comprendemos y perdonamos. El hombre, el padre, el amante, el amigo camarada, ese, ya no está. Recordado siempre.

 

Esa visible oscuridad

Horacio Vázquez–Rial

Por Daniel Jándula. Oct. 2012

Nada más aparecer el libro, este fue devorado por Horacio Vázquez-Rial (1947-2012), quien quedó profundamente impactado al reconocer en el original diversos puntos en común con su biografía. Realizó un trabajo de traducción con epílogo apasionado incluido, que quedó recogido en una edición de 2009 de la editorial La otra orilla. Horacio leyó a Styron, que a su vez leyó a Camus, y ambos meditaron sobre el mito de Sísifo, con el temor a la siguiente recaída, o la siguiente tanda de pastillas del Dr. Gold, y la idea de que la curación se imagina en el interior de un coche, en movimiento; ambos tuvieron la lucidez de hablar sin tapujos de su debilidad, ahondaron con valentía en sus gestos, en sus circunstancias vitales, reflexionaron sobre sus manías y contradicciones. Horacio lo hizo en sus libros (y los que tradujo y prologó también reflejan el carácter personal y literario), tanto como en el documental de Pablo Odell, «Sombra de la noche» en el que participó como guionista persiguiendo sus sombras, instinto olvidado por el mundo adulto. Sombras con consistencia de arcilla, del barro rojo que forma los cuerpos de los hombres… y sus pesadillas.

En la aproximación a la locura de Styron, Vázquez-Rial encontró relación entre subconsciente y obra, como cuando uno queda atrapado en la anagnórisis ante la creación rodeada de angustia, y al instante la diminuta ventana de luz por la que puede escapar. Puedo imaginar los ojos vidriosos de Horacio al tropezarse con un texto como el que sigue:

¿Cuáles eran los acontecimientos olvidados o enterrados que sugerían una explicación última de la depresión y de su florecimiento como locura? Hasta el ataque de mi propio mal y su desenlace, nunca había prestado mucha atención a mi obra en términos de relación con el subconsciente, un área de investigación perteneciente a los detectives literarios. Pero cuando recobré la salud y me encontré en condiciones de reflexionar sobre el pasado a la luz de mi desgracia, empecé a ver con claridad cómo la depresión se había mantenido justo en los bordes exteriores de mi vida durante largos años.

En su epílogo, Horacio cuenta que después de seguir los pasos de Styron, lloró como nunca, comió y recuperó la sensibilidad en el paladar, y durmió como un bendito, con la liberación que sucede a un libro esclarecedor y a una prosa sencilla y significativa. Yo me crucé con el libro por casualidad, investigando en la faceta de traductor / hacedor de prólogos de Horacio. Y casi sin saberlo («nos empeñamos en no saber» concluye el epílogo) he hallado entre estas páginas una sabia reflexión acerca de los dañinos efectos colaterales del «duelo incompleto», como el que detectó Styron, sufrimos los lectores de Horacio, y en mi terreno personal tuve con la pérdida temprana de mi madre: duelo sin cerrar que condujo a un incremento de pensamientos suicidas y una hipocondría de las circunstancias, que llevaron a una insana y para nada realista búsqueda de la inmortalidad, creyendo equivocadamente que una obra escrita importante puede vencer a la muerte. Styron lo solucionó a tiempo, igual que Horacio, del mismo modo que otros no lo vieron. No obstante, en esa visible oscuridad siempre puede percibirse un pálpito de claridad.

La sombra fascinante

Presentación de «Sombra de la noche» en FICIP

Presentación de «Sombra de la noche» en FICIP

Cuando Horacio enfermó no pensó que era cáncer. Cuando supo que era cáncer, no pensó que iba a morir y cuando murió, finalmente, no pensó que sería eterno en el corazón de quienes le queríamos. Tampoco cuando Eduardo Montes-Bradley comentó que podríamos hacer una película con su testimonio, pensamos en la película.

Horacio pensó y mucho; y yo con él, bastante. Y juntos, lo pensamos todo. Pensamos la vida y la muerte, el amor y el deseo, la literatura y el cine, la historia y sus relatos. Horacio me ayudó a pensar la parte de la vida que vivimos consciente, y a sentir la parte de la vida que fluye por la piel del alma del corazón. Nunca pensé quererlo tanto pero lo quise. Nunca pensé que lo echaría tanto de menos pero lo extraño. Y cómo.

Aún así, sin pensarlo demasiado, nos pusimos a recoger su testimonio con lo que teníamos a mano. Si la película nos llevó a conversar, a pasar más tiempo juntos, fue siempre bienvenida. Incluso cuando se volvió necesaria, seguimos juntos sin pensar en ella. Luego Horacio falleció, yo perdí a un amigo muy querido, y ninguno de los dos pensó en nada más. Tampoco en el momento en que lo despedimos pensé en ella. Aún tomando fotos para el final –acordado– del film; las lágrimas no piensan, se sienten, se siente una pena muy grande que poco a poco va doliendo hasta que poco a poco, va dejando de doler.

A medida que pasaron las semanas, empecé a pensar que no terminaría la película. Sabíamos que el último tramo, la edición, la posproducción y todo eso, sería un camino sin él. Y pasaron los meses. Entonces volvió a emerger Eduardo en un viaje relámpago a Barcelona la primavera pasada y me hizo pensar en que algunas cosas se terminan o te terminan. Entonces, encontré la energía para volver a nuestras conversaciones; pensé en terminarla por terminarla para que no nos terminara ella a nosotros; sin pensar en su recorrido una vez presentada; cosa que sucedió en Internet, el día en que celebrábamos el primer aniversario de su muerte, el pasado 6 de septiembre de 2013. Y ya no pensé en nada más que en organizar este espacio –www.sombradelanoche.com– donde recoger todo lo que aconteciera relacionado con el film. Precisamente para no tener que pensar en ello.

Entonces a Lorena le gustó la película en San Francisco, California; después supe que había vivido una situación parecida con su madre. Entonces, pensó que podría ser de interés para su amigo Martín, director del Festival Internacional de Cine Independiente de Pozos. Y entonces, la película entró en la Selección Oficial Documental del festival y Martín, nos invitó. Nunca habría pensado que eso fuera posible, pero lo fue. Y hacia allí caminé. Por avión, en bus, en carro, a pie, hasta Mineral de Pozos; el lugar del planeta en que, mágicamente, la luz de la película aterrizaría. Pensé que nunca llegaría a Guanajuato, pero llegué. Y ya no pensé en nada más durante varios días.

Me entregué a sentir la experiencia. En el mero Pozos, en la casa de Eva –Oh Eva, ¡qué paraíso! Gracias–, y alrededor del festival al que fuimos, Horacio y yo, impensablemente invitados. No pensé que me emocionaría tanto ver a Horacio de nuevo proyectado en pantalla grande, no pensé que la película movería y conmovería tanto; no pensé que suscitara un debate tan rico entre personas de todas las edades… Y no pensé, no habría sido capaz, que sentiría a Horacio tan vivo entre nosotros, allí, en el corazón de México.

Y así sigo ahora, sin pensar en que pasará mañana, saboreando la que ha sido una experiencia única, rica. Es una sensación nueva, como dice Horacio al final de su escrito «Preparado para la posteridad»

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Salí de la noche por un instante, creyendo que habitaba, invisible y atento, el que ordena el azar, la divina bestia muda. ¿Podré tolerar lo que viene? ¿Tan duro es…? Según Maurois, solo Montaigne y Proust dejaron constancia de sus sensaciones ante la muerte. ¿Qué hay al final? ¿Dios o nada? Hay lo que queramos que haya. El deseo es eso: una carrera desesperada hacia algo que no alcanzas a ver pero que imaginas lleno de luz. O de sombra fascinante que es lo mismo. Nunca hasta ahora había tenido la impresión de haber terminado algo. Es una sensación nueva.

Cine Independiente

Carolina Escobar Sarti, escritora

Carolina Escobar Sarti, escritora

Carolina Escobar Sarti titula su columna Aleph en Prensa Libre: «Cine independiente».

«Sucede en Mineral de Pozos, un pueblo mexicano al que muchos le ponen el apellido “fantasma”. Imagine calles bordeadas por casas de piedra y adobe, tardes quietas dignas de una novela de Juan Rulfo y minas que fueron explotadas hace un par de siglos, abandonadas en enormes extensiones de tierra salpicadas únicamente por cactus y otras plantas propias de áreas desérticas.

Allí se desarrolla el Festival Internacional de Cine Independiente de Pozos (FICIP), continúa, organizado y apoyado por un grupo de personas que han puesto la cultura como eje del desarrollo del lugar, lideradas por Martín González, un joven de aquellos que son capaces de contagiarle a una los sueños, la pasión y el empeño que ponen por cambiar el estado de las cosas en su mundo. El Festival, abre con la película «Sombra de la noche», de Pablo Odell, una conversación fragmentada con el escritor Horacio Vásquez-Rial sobre el tabaco, el fumar, la vida y la muerte, y cierra con la película «I will be murdered», de Justin Webster; película que trata de la muerte de Rodrigo Rosenberg en Guatemala; una historia de asesinato, amor e intrigas políticas que se desatan cuando un abogado muerto a tiros en la calle apareció en Youtube prediciendo su propia muerte y nombrando a los supuestos responsables. Ambas películas fueron seleccionadas por el Festival como “Selección Oficial Documental”.

En ambos casos, estas producciones relevan la conciencia de la participación del individuo en la Historia, así con mayúsculas. ¿Qué efecto tienen nuestras acciones en el destino general de nuestros pueblos? ¿Cómo viven los otros que no somos nosotros, su realidad histórica? Más allá de la vinculación con Guatemala, está la pregunta de ¿qué tiene que ver el cine con nuestras vidas para intentar responder a cuestiones como las anteriores? Una de las cosas que tienen los textos, especialmente la poesía es que generan en nosotros una serie de imágenes, pero de las cosas buenas que tiene el cine es que nos traslada desde las imágenes flujos discursivos, relatos humanos que nos permiten abrazar realidades individuales y colectivas que nos cuestionan sobre nuestro propio ser y estar en el mundo.

En el caso de la primera película, cuestiones esenciales sobre la vida y muerte, planteadas en momentos críticos, nos interpelan sobre nuestras propias historia de vida y muerte. En el segundo caso, el efecto de la muerte de un individuo, casi lleva a una nación al colapso político. De allí que Festivales como éste sean tan importantes, porque dan salida a propuestas independientes que no fueron pensadas originalmente como espectáculo comercial sino como espacios de comunicación y trascendencia humana que pueden enriquecer reflexiones y debates de profunda significancia».

La mirada que se proyecta

ahvrspFue a la vez mirada de quién lo vivió y lo filmó, en simultáneo. Como en un desdoblamiento Jekyl & Hyde, el amigo doliente y el cineasta. Y otro tanto con Horacio: que además de ser él mismo, es un actor de primera también, desdoblado entre la enfermedad y la narración.

Todo lo que se filmó de él cuando no habla, fue sobre la marcha y resultado de acompañar a Horacio durante pares de días en sus rutinas por Madrid. Improvisación e incertidumbre, dentro de un orden agendado.

Comenta Eduardo Montes-Bradley

Eduardo Montes-Bradley @ facebook

Eduardo Montes-Bradley @ facebook

Tiempo atrás escribí acerca de la determinación de Horacio Vázquez-Rial tras anunciar públicamente via Facebook que tenía cáncer y que era probable que perdiera esa batalla.

En aquel momento me pareció que algo había cambiado en la forma de relacionarnos y lo dije. Mi intervención produjo la ira de una periodista amiga de Vázquez-Rial cuyo nombre no recuerdo. Para ella la idea de hacer un filme en tiempo real exponiendo el proceso del escritor camino a la muerte era un atropello.

Lo cierto es que al protagonista le pareció que la idea no era tan mala y el resultado llegó bajo la dirección de Pablo Odell, creador, escritor, hombre de cine y amigo personal de Horacio.

Una vez más creo que la forma de relacionarnos ha vuelto a cambiar.

Septiembre 2013

Un film escrito, producido y realizado por Pablo Odell y Horacio Vázquez-Rial, con la colaboración especial de Eduardo Montes-Bradley. Una conversación fragmentada sobre el tabaco, el fumar, la vida y la muerte.

Coincidiendo con el primer aniversario de su muerte, se presenta el 6 de septiembre de 2013, finalmente la película que realizamos juntos. Después de un esfuerzo tan grande, de haberlo visto y compartido tanto en ausencia, echándolo en falta como nunca y sintiéndolo cerca, como siempre.

Inspirada en el relato «El tabaco, sombra de la noche».

Octubre 2012

«El universo está hecho de historias, no de átomos», Muriel Rukeyser.

«El universo está hecho de historias, no de átomos», Muriel Rukeyser.

Un mosaico hecho de pasiones y afectos, palabras, imágenes y textos, así fue Horacio. «Los hombres son lo que creen ser mientras viven, sea que se equivoquen en lo que son, sea que se equivoquen en lo que creen ser y cuando se mueren, empiezan a ser lo que se cuenta de ellos. El relato del pasado».

Horacio llegó a vislumbrar, sin miedos vanos, el abismo de la muerte. Ayudado por el amor y la claridad de otros, angustiado por la posibilidad de incumplir su destino verdadero, recibió amor y voluntad de las más generosas hasta el final. El deseo es eso: una carrera desesperada hacia algo que no alcanzas a ver pero que imaginas lleno de luz. Él, que nunca tuvo la impresión de haber terminado algo, se terminó. Su ausencia es una sensación nueva.

Por encima de todo, me quedo con su valentía de concebir la pérdida de la mitología del pasado en manos del presente, la necesidad que, como hombre libre y consciente, tenía de dar sentido a su vida, a su presencia en el tiempo, por sí mismo.

Nuestra vida continuará, probablemente en la misma dirección que hasta ahora. Solo que sin que sepamos por qué, ni hasta dónde, ni si existe un camino mejor. ¿Podrá tolerar lo que sigue?  Según Maurois —me comentó en una ocasión Horacio mientras trabajábamos en la película— solo Montaigne y Proust dejaron constancia de sus sensaciones ante la muerte. ¿Qué hay al final? ¿Dios o nada? Horacio enfrentó estas cuestiones y dejó constancia de ello en un documento audiovisual que él quiso que se llamara …Sombra de la noche.

Maestro querido, sígame visitando. Recupéreme a menudo. No le olvidaré.

Agosto 2012

Horacio Vázquez-Rial

Horacio Vázquez-Rial

Hace cosa de un mes compartíamos novedades relacionadas con el cáncer que está padeciendo Horacio desde hace poco más de un año y que lamentablemente está entrando en su última fase. Horacio está muy débil físicamente pero fuerte de ánimo, cuidado y reconfortado por sus hijas y sus afectos próximos (entre los que me encuentro). Llamó esta mañana por teléfono, y conversamos.

Lo que me ha llevado a comprometerme, más si cabe, con la película que estamos realizado juntos durante esta experiencia. Un testimonio que se agiganta cuanto menos tiempo le queda de vida porque recoge una serie de reflexiones fundamentales y tremendamente valientes, que sin duda constituyen un ejemplo de pensamiento independiente. Cómo afrontar la muerte, en general y la propia.

Impresiona ver como Horacio se desenvuelve en sus rutinas a pesar de todo, la intensidad con que vive cada minuto de un tiempo que, desde que le diagnosticaron cáncer, sabe que será muy breve. Cómo afronta su muerte, la peor de las muertes posibles porque es la suya, como nos cuenta en un momento del film.

Julio 2012

Horacio Vázquez-Rial, julio de 2012. Gregorio Marañón, Madrid

Horacio Vázquez-Rial, Gregorio Marañón, Madrid

Hace dos semanas que los familiares y allegados teníamos conocimiento de que habían aparecido lesiones metastásicas en el cerebro de Horacio. Tras la crisis y el primer shock de corticoides, Horacio se estabiliza y decide que será él quien llegado el momento, hará público su situación. Algo que ha hecho finalmente hoy sábado, 28 de julio de 2012, durante la siesta, por Facebook. Es un comunicado breve:

Queridos amigos:

Desde que el 12 de julio de 2011 escribí en este rincón íntimo/público que no podía más y me fui al Hospital Gregorio Marañón a que me diagnosticaran el cáncer de pulmón inoperable pero tratable que hasta ahora me ha ido acompañando, las  cosas no han ido de la mejor manera posible. O sea: podia haberse curado o reducido o encapsulado el cáncer de pulmón y ya. Pero eso ocurre en un cierto número de casos, no mayoritario. Lo más corriente es que aparezca alguna metéstasis antes de que se verifique el cierrre de la primera etapa.

Pues bien: así ha sido. Con el pulmón muy mejorado, lo suficiente como para poder hace un descanso en la quimio, aparecieron tres lesiones metastásicas en cerebro, que se me están tratando con radioterapia holoencefálica y después, según se vea, con cinco sesiones más de radiocirugía.

Me ayudan mucho los corticoides, tanto como me ocasionan trastornos. Me ladeo, me voy en falsa escuadra, de modo que para salir dependo de una silla de ruedas y aun en casa tengo que agarrarme de las paredes o de mis hijas, porque me caigo con inusitada facilidad.

Pero estoy bastante lúcido, sigo siendo buen conversador si no estoy dormido y se me puede venir a ver.

Un gran abrazo para todos.

Horacio

 

Septiembre 2011

Funes es un pequeño editor artesano que se encuanderna sus propios libros, y con ese hilo cosimos una buena charla sobre su emprendimiento que además nos acerca su visión particular sobre la edición, esa otra edición en Buenos Aires, de la que forman parte junto a la funesiananada menos que 300 editoriales. Nos explicará cómo trabaja, cómo surgió el proyecto, cómo se relaciona con la comunidad literaria y los lectores, cómo fluye en la corriente cultural de la ciudad. Lo más interesante es que Lucas, al afrontar él mismo la encuadernación de sus libros, determina una escala para su negocio editorial que le permite pensar, hacer y planear dentro de umbrales de posibilidad y satisfacción. Se verá como el valor de su trabajo no radica solo en soportar el sentido de una obra desde el autor a un público, sino en el énfasis de hacerlo de forma artesanal.

Horacio me comenta que ha entrado en contacto con él Eduardo Montes-Bradley y que hablaron sobre hacer una película sobre su enfermedad. Me pide que hable con él, que yo me encargue.

Agosto 2011

El tabaco, sombra de la noche
Por Horacio Vázquez-Rial

ahvrtabacoEn mi ya remota adolescencia, leí una biografía de sir Walter Raleigh. Era una versión probablemente abreviada de la que había publicado Penguin en Londres y formaba parte de una colección llamada Pingüino, que pirateaba una editorial del Partido Comunista en Argentina. El personaje me fascinó por muchos motivos, pero sobre todo por un hecho quizá fortuito: la introducción en Inglaterra de la patata y el tabaco.

Siempre me interesó la cuestión de las plantas traídas de América al Viejo Mundo, del papel revolucionario que les cupo representar. La cocina italiana no existiría tal como es sin el tomate y, en cierta medida, sin el maíz, base de la polenta. Y pueblos enteros habrían muerto de hambre sin la patata, alimento determinante en el destino, por ejemplo, de Irlanda y España. Los recetarios nacionales son en su mayor parte modernos —poco queda del comer medieval y la cocina de caza es una exquisitez minoritaria—. Todas las plantas importadas después de 1942 fueron de enorme utilidad en Europa, de donde volvieron transformadas como parte de una experiencia de fogón novedosa.

Lo mismo pasó con el tabaco, que, una vez descubierto y probado en la corte británica, fue cultivado por el explorador Raleigh en el marco de su proyecto colonizador en Virginia. La diferencia entre el tabaco y el resto de los bienes americanos radica en su inutilidad nutricional. Sólo se lo puede consumir como fuente de placer, fumándolo o mascándolo, como se hace con la hoja de coca. Sólo un pirata podía interesarse por un arbusto que sólo había visto consumir a los nativos del Nuevo Mundo en ocasiones ceremoniales. Aunque se tratara de un pirata puritano como Raleigh, que detestaba el alcohol porque, en sus propias palabras, «transforma al hombre en una bestia», lo «hace despreciable… y lo envejece prematuramente».

Cuando leí aquel libro, yo empezaba a fumar. Vivía en una cultura señalada por el tabaco. Humphrey Bogart, Jean Gabin, Albert Camus o Julio Cortázar aparecen fumando en sus retratos más célebres —Bogart, incluso, ofreciéndole un cigarrillo a su compañera, Lauren Bacall—. Bogart murió temprano, a los 58, de cáncer de esófago. Gabin a los 73, de infarto. Cortázar vivió setenta años y terminó como víctima del turbio affaire Fabius, de tráfico con sangre contaminada. Albert Camus, a los 47, en accidente de carretera. Es posible que Bogart y Gabin hayan muerto a causa del tabaco.

John Wayne, gran fumador, tuvo cáncer de pulmón a los 57 años, pero vivió hasta los 72 después de una exitosa cirugía; no obstante, su enfermedad se atribuyó a su exposición a la radiación nuclear en la zona de Utah en la que se rodó El conquistador de Mongolia, que había sido escenario de pruebas atómicas.

En aquellos tiempos —y me refiero a los últimos años cincuenta y los primeros sesenta— no se hablaba demasiado de los daños producidos por el humo del tabaco. Y el tema no se incorporó al discurso público hasta finales de los sesenta y primeros setenta. Fue entonces cuando empezaron las prohibiciones. En los Estados Unidos. A medida que nos enterábamos de las nuevas medidas, decíamos, parafraseando a Obélix, que «estos americanos están locos», sin pensar que lo mismo se iba a hacer entre nosotros poco después. Antes, aunque hubiese médicos que lo decían, la relación del tabaco con el cáncer y con las enfermedades cardiovasculares no era comentada, y no existía fácticamente; como no existían los fumadores pasivos. En el cuento «Humo», escrito en 1932 y recogido en el libro Gambito de caballo, William Faulkner anotó que «es extraordinario tener un vicio que sólo le hace daño a uno mismo», aseveración que hoy sería apresuradamente refutada, con razón o sin ella, por los talibanes del prohibicionismo.

Tengo que reconocer que no soy un severo crítico del tabaco, aunque un grande y querido amigo haya anotado hace poco en mi muro de facebook que, al dar a conocer mi enfermedad, yo advertía contra los riesgos del tabaquismo. En mi balance vital, tengo tantas cosas que reprocharle como momentos que agradecerle. Y no pienso sólo en generosas sobremesas y en tardes y noches de café jalonando amistades y amores, sino en instantes críticos, como la última época pasada en Buenos Aires, en tiempos de la Triple A, viendo caer gente a mi alrededor, con el miedo como pan nuestro de cada día. El hecho de que los cigarrillos acompañasen largas horas de espera sin esperanza de una muerte probable funda una querencia que no viene de la nada, sino que forma parte de la cultura recibida. Si hablamos con toda precisión de pueblos y culturas del vino y de la cerveza en el sur y el norte de Europa, no veo por qué no podemos hablar de una cultura del tabaco. (De paso sea dicho, la consideración del alcohol como droga es un asunto espinoso, a la vista de que hasta el día de hoy, al menos en los países católicos, el vino forma parte de la celebración de la Misa.)

Se me ocurre que no es vana ni casual la pertenencia del tabaco a la familia de las solanáceas —como el tomate y la patata—, denominadas en inglés nightshades, sombras de la noche —se supone que su mayor crecimiento es nocturno—. Es en las horas de oscuridad cuando más se percibe su presencia.

En esto, como en todo, tiendo a no ser prohibicionista. La experiencia americana de la Ley Seca demostró la inutilidad de tratar de poner puertas al campo. Sin embargo, prefiero la prohibición rotunda a la hipocresía del consejo y la prohibición parcial. Lo mismo da que se impida fumar en bares y restaurantes —desde el punto de vista de la salud, porque desde el social, es un atentado a la convivencia—, si uno va a fumar en casa.

Los gobiernos que sostienen por un lado que los fumadores ocasionan grandes gastos a los sistemas estatales de salud, por otro son incapaces de prescindir de los impuestos que generan el alcohol y el tabaco.

Y nadie se ha atrevido a acabar con la fabricación de cigarrillos, en parte por el efecto social de tal medida, pero sobre todo por la posibilidad de que las empresas tabacaleras —que han pagado cientos de millones de dólares en reparaciones judiciales y que siguen ganado mucho dinero a pesar de que sólo perciben una parte mínima del precio de venta al público de cada cajetilla, y que forman parte de conglomerados empresariales infinitamente mayores, ligados tanto a la alimentación como a los macrolaboratorios— generen alteraciones políticas de incalculable alcance. No hace falta ser un país africano para que una farmacéutica monte un golpe de Estado.

Dependemos política y económicamente de esos gigantescos negocios. Pero también dependemos desde el punto de vista de nuestras adicciones: el alcohol, el tabaco, la coca cola y otros refrescos, los somníferos, los antidepresivos, los ansiolíticos, el chocola- te, etc. Y, probablemente, dentro de poco, las drogas duras legalizadas.

En las sombras de la noche, el tabaco no es nada. Aunque haya contribuido a enfermarme y también lo produzca la Tyrell Corporation.